Philip Kosloski – publicado el 17/06
Conectada con la adoración eucarística, el vaso litúrgico se remonta a la Edad Media.
Las expresiones de fe en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía se han desarrollado con el tiempo. Una de ellas fue la introducción de la adoración eucarística fuera de la misa y del tabernáculo. Para facilitar esta nueva devoción, se inventó un recipiente litúrgico llamado «custodia».
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La custodia viene de la palabra latina monstrare, que significa «mostrar». La finalidad de la custodia es exponer una Hostia consagrada para que los presentes la adoren y veneren. El desarrollo de la custodia se remonta al siglo XIII, cuando las procesiones eucarísticas ganaron en popularidad en relación con la nueva fiesta del Corpus Christi.
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Al principio, la Eucaristía se llevaba en estas procesiones en un copón cerrado (recipiente de oro) y no fue hasta más tarde que el copón utilizado en la procesión se alargó e incluyó una sección transparente que contenía una sola Hostia. La Enciclopedia Católica explica cómo se construyó por primera vez la custodia:
En el cilindro central se colocaba una gran Hostia, que se mantenía erguida al ser sostenida en una luneta construida al efecto. Todavía existen muchas custodias medievales de este tipo. Sin embargo, pronto se vio que podían adaptarse mejor al objetivo de atraer todas las miradas hacia la Hostia sagrada haciendo que la parte transparente del recipiente tuviera el tamaño necesario y estuviera rodeada, como el sol, de rayos. Las custodias de esta forma, que datan del siglo XV, tampoco son infrecuentes, y desde hace varios cientos de años ésta ha sido, con mucho, la forma más común en uso práctico.
La custodia está destinada a resaltar y llamar la atención sobre el rey de reyes, Jesucristo, presente de forma real y sustancial bajo las apariencias del pan. Por eso una custodia es típicamente de oro y está ornamentada de manera especial, en reconocimiento del misterio divino que guarda y revela.