RESULTADOS Y DISCUSIÓN

No se obtuvieron pruebas que indiquen que la sed promueva el comer y el hambre el beber. La sed no se correlacionó con la ingesta de energía y el hambre no se correlacionó con la bebida durante la misma hora en el periodo de 7 días (r=0,08 y r=0,04, respectivamente). Además, la sed no fue un predictor significativo de la ingesta de energía y el hambre no fue un predictor significativo de la bebida cuando se introdujo en un modelo de regresión lineal. Además, la sed no estaba correlacionada con la bebida (r=0,03). El hambre se correlacionó significativamente, aunque de forma moderada, con la ingesta energética durante la misma hora (r=0,30; p<0,05) y representó el 14,2% de la varianza de la ingesta energética diaria total. Utilizando una clasificación arbitraria de los comportamientos ingestivos inadecuados (es decir, sed y hambre, y no beber o comer; no sed y no hambre, pero beber y/o comer; no sed pero hambre, y beber pero no comer; sed pero no hambre, y no beber pero comer), los participantes participaron en eventos ingestivos inadecuados el 62% de las veces. Los participantes bebieron agua en respuesta a la sed, en ausencia de hambre, el 2% de las veces, y comieron en respuesta al hambre, en ausencia de sed, el 68% de las veces. La proporción de conductas ingestivas inapropiadas no difirió entre los grupos de IMC.

Estos hallazgos plantean preguntas sobre la fidelidad de las relaciones homeostáticas en el entorno actual, ya que la sed no era predictiva de la bebida y el hambre era sólo débilmente predictiva de la comida. Hay varias explicaciones plausibles para estas observaciones. En primer lugar, los cambios en el entorno o en el individuo y la forma en que ambos interactúan pueden haber degradado la relación funcional entre las sensaciones de apetito y la ingesta. La disponibilidad casi constante de alimentos y bebidas y los múltiples contextos sociales que animan a comer y beber en ausencia de necesidades energéticas y de líquidos reducirían y confundirían las oportunidades de asociar el comer y beber con el alivio del hambre y la sed. Una consecuencia podría ser la usurpación de las señales fisiológicas para motivar la ingesta por parte de las señales ambientales (26,27).

En segundo lugar, se han producido marcados cambios en las fuentes de energía que también podrían debilitar el acoplamiento entre el apetito y la ingesta. La baja ingesta actual de fibra (28,29) y el elevado consumo de energía a través de las bebidas (30) son ejemplos que reducirían el valor de saciedad de los alimentos que aportan energía. Este problema podría verse agravado por el aumento del consumo de alimentos con contenido energético diluido mediante la sustitución de edulcorantes no nutritivos por edulcorantes calóricos y de sustitutos de la grasa en la dieta. Tales manipulaciones alteran los comportamientos homeostáticos en las ratas (31,32) y posiblemente en los seres humanos (33-35).

Una tercera explicación de la débil asociación entre la sed, el hambre y la ingesta puede implicar la influencia de las propiedades gratificantes no homeostáticas de los alimentos y las bebidas. Recientemente se ha descrito el concepto de hambre hedónica y se ha propuesto como un factor de la alimentación desregulada (36). La disponibilidad generalizada de alimentos cómodos, baratos y muy apetecibles facilitaría la contribución de este mecanismo. El concepto de sed hedónica no se ha propuesto, pero puede ser paralelo al hambre hedónica. Propiedades como la carbonatación (37,38), el color (39,40), la intensidad del sabor (41), la palatabilidad (42), el dulzor (43) y la temperatura (43,44) han sido manipuladas para fomentar un consumo que no está necesariamente vinculado a las necesidades de líquidos.

Otra explicación de la falta de asociación entre la sed, el hambre y la ingesta puede ser más metodológica que funcional. Los enfoques actuales para medir las sensaciones de apetito y la ingesta son relativamente insensibles (45-47). En este estudio se utilizaron patrones de sed y hambre a lo largo de la semana, en comparación con puntuaciones aisladas justo antes o después de las comidas, en un intento de captar mejor las diferencias individuales en las sensaciones de apetito, pero la medida en que esto mejora la exactitud y la precisión de las mediciones requiere una evaluación adicional.

La media absoluta de las puntuaciones de sed diarias fue mayor que la media absoluta de las puntuaciones de hambre diarias, observándose una menor variación en las puntuaciones de sed a lo largo del día (Figura 1). La media de sed diaria del grupo fue de 43±11, mientras que la media de hambre diaria del grupo fue de 31±16 en una escala de 100 unidades. Este nivel de sed más alto y estable a lo largo del día sería más permisivo para beber con frecuencia y podría suponer un reto para el equilibrio energético, ya que las bebidas energéticas fueron las que más contribuyeron a la ingesta total de líquidos (55%) (Figura 2). El consumo de bebidas energéticas no se asocia a una fuerte compensación dietética (48) y, por lo tanto, puede conducir a un aumento de la ingesta energética y al aumento de peso.

Figura 1A y 1B: Contribución porcentual del tipo de bebida a la ingesta periprandial i.es decir, alrededor de las comidas (A) y en la ingesta de líquidos sólo con bebidas (B), según el sexo (hombres frente a mujeres), el IMC (peso normal frente a sobrepeso, incluida la obesidad) y la edad (menos de 30 años frente a más de 30 años). mayores de 30 años).

Figura 2A y 2B: Correlación entre la sed y la ingesta total de energía diaria (A) y el hambre y la ingesta total de energía diaria (B) a lo largo de un período de 7 días, desde las 09:00 hasta las 21:00 (n = 50).

Los patrones habituales de consumo de alcohol en la presente población son coherentes con los hallazgos anteriores (10,11), y el 75% de la ingesta de líquidos se produce peri-prandialmente. No hubo diferencias significativas entre el género, el IMC o los grupos de edad en el tipo de bebida consumida durante los eventos peri-prandiales y de sólo bebida (Figura 2). Sin embargo, la ingesta media de líquidos procedentes de bebidas energéticas fue mayor entre los individuos con sobrepeso/obesidad que entre los de peso normal (61% frente a 49%, respectivamente). Dado que las bebidas energéticas aportan energía no compensada y conducen al aumento de peso, los individuos con sobrepeso/obesidad pueden correr un riesgo especial.

Nuestro estudio no encontró diferencias significativas en las sensaciones de apetito entre el género, el IMC o los grupos de edad. Sin embargo, se observó una tendencia hacia niveles de hambre absolutos más altos en el grupo de obesos en relación con el grupo de peso normal (p=0,07). Este hallazgo justifica una mayor exploración en una población de estudio más amplia. Además, dado que el grupo con sobrepeso/obesidad consumía más líquidos apetecibles para satisfacer las necesidades de líquidos en comparación con el grupo de peso normal, es necesario investigar la posible susceptibilidad diferencial a las propiedades hedónicas de las bebidas.

Las limitaciones del estudio incluyen el diseño observacional; por lo tanto, no se pueden inferir conclusiones claras sobre la causalidad. La potencia estadística también fue limitada, especialmente para los análisis de subgrupos. Aunque el método de recuerdo dietético de 24 horas administrado por teléfono utilizado en este estudio ha sido validado para la recogida de información dietética (49), no está exento de errores. Esta técnica puede producir estimaciones inexactas de la ingesta, especialmente en individuos obesos. Sin embargo, el paso adicional de identificar y excluir a los informantes inexactos con los valores de corte de Goldberg (22) mejora la validez interna y minimiza los efectos de confusión de los informes inverosímiles.

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