DISCUSIÓN

El aneurisma de la arteria gastroduodenal siempre ha sido reportado en la literatura como casos raros. Por lo tanto, no hay evidencia clara sobre el mejor momento para diagnosticarlo o un algoritmo claro de cómo manejarlo. El aneurisma del GDA es una afección poco frecuente que puede poner en peligro la vida del paciente y que se ha descrito en el 0,5% de todos los aneurismas viscerales. En una serie de autopsias rutinarias, los aneurismas de la arteria visceral se registraron entre el 0,01% y el 0,2%. En otras series, los aneurismas de GDA representan el 1,5% de todos los aneurismas viscerales. Según la población estudiada, la edad media estaba entre 50 y 58 años. La proporción hombre/mujer es de 4,5:1 y el tamaño medio de 3,6 cm. La afección identificada más comúnmente asociada al aneurisma del GDA es la pancreatitis crónica. Otras afecciones asociadas son la cirrosis hepática, otras anomalías vasculares como la displasia fibromuscular y la poliarteritis nodosa y eventos predisponentes como los traumatismos y las embolias sépticas. La patogénesis del aneurisma del GDA no se conoce bien, siendo los traumatismos, la hipertensión y la aterosclerosis los posibles factores de riesgo. El principal síntoma es el dolor abdominal, que puede producirse con o sin rotura. Otros síntomas son hipotensión, obstrucción de la salida gástrica y otros síntomas inespecíficos como vómitos, diarrea e ictericia. El escenario clínico más grave es la hemorragia gastrointestinal superior, que se produce en aproximadamente el 50% de los aneurismas GDA rotos, siendo menos frecuentes las hemorragias retroperitoneales e intraperitoneales. En otros casos, la presencia de una masa abdominal pulsátil con un soplo puede ser el signo de advertencia. El riesgo de ruptura es alto, hasta el 75% de los casos, con una tasa de mortalidad de alrededor del 20%. Por lo tanto, un diagnóstico temprano con un alto nivel de sospecha puede prevenir los peores resultados en este grupo de pacientes. Antes de la era de las modalidades de imagen sofisticadas, los aneurismas del GDA se diagnosticaban después de la rotura en la mayoría de los casos. En la actualidad, se dispone de varias modalidades de imagen y se diagnostican más casos en pacientes asintomáticos.

La prueba diagnóstica de referencia es la angiografía visceral. Suele realizarse con fines diagnósticos y terapéuticos. La radiografía simple del abdomen rara vez es útil en la sospecha de aneurismas viscerales, siendo el posible hallazgo habitual la calcificación en forma de concha en un aneurisma aterosclerótico. Entre todas las modalidades de diagnóstico, la angiografía es la más sensible (100%), seguida de la tomografía computarizada (67%) y la ecografía (50%). La endoscopia superior tiene una sensibilidad de aproximadamente el 20%.

Recientemente, se dispone de otras modalidades diagnósticas que incluyen la ecografía Doppler de pulso, la ecografía Doppler en color, la ecografía endoscópica y la resonancia magnética. La TC tridimensional ha demostrado ser un diagnóstico preciso, especialmente para localizar el aneurisma y sus relaciones con la vasculatura adyacente.

Tiene la ventaja de ser menos invasiva y, por tanto, más útil que la angiografía para diagnosticar la localización del aneurisma.

Las modalidades terapéuticas dependen del tipo de presentación y suelen realizarse de forma individual. La embolización transcatéter endovascular es la más popular a pesar del riesgo potencial de isquemia visceral y embolización de órganos. En nuestro caso, se complicó con una embolia pulmonar en un paciente con un aneurisma de GDA roto. El paciente necesitó la colocación de un GFF y finalmente requirió la ligadura quirúrgica del aneurisma. La embolización endovascular se considera el tratamiento de elección para los pacientes hemodinámicamente estables. La intervención quirúrgica suele reservarse para los pacientes con hemorragia activa y cuando la embolización fracasa.

En conclusión, la rotura del aneurisma del GDA es una manifestación fatal grave de una enfermedad poco frecuente. Requiere un alto nivel de sospecha y los signos y síntomas de alerta justifican una investigación adicional, siendo la tomografía computarizada la prueba disponible más útil. Un diagnóstico rápido antes de la rotura puede cambiar el curso de esta enfermedad y evitar posibles complicaciones letales. El pronóstico del aneurisma del GDA suele ser excelente cuando se diagnostica antes de la rotura y el tratamiento suele ser definitivo. Dada la rareza de esta afección, no existen directrices claras de cribado o seguimiento. Las decisiones sobre los procedimientos diagnósticos y terapéuticos deben tomarse de forma individualizada.

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